Reflexión documental ATLETA A.

11 julio 2020 | Almudena

He necesitado tiempo para reposar todo lo que me ha producido ver el documental “Atleta A” en Netflix .
Seguí el juicio a Larry Nassar, el médico de las gimnastas de artística americanas, y cómo muchas de las supervivientes se armaron de valor para presenciar el juicio y, además, dedicarle unas palabras a su depredador y poder mostrarle que ya no son quienes eran cuando se sentían indefensas. Recuerdo que no me resultaba suficiente verle esposado y saber que permanecería entre rejas el resto de su vida. Muchas personas del entorno de esas gimnastas fueron conscientes de los abusos y no hicieron nada. Miraron para otro lado.
Afortunadamente, el documental va más allá y destapa al que era el presidente de la federación, Steve Penny, un ser ambicioso por el poder, el éxito y el dinero gracias al sudor de las gimnastas.
Es importante que lo veáis porque esa estructura, donde los intereses económicos y el éxito prevalecen por encima de la salud mental de los deportistas, provoca grandes consecuencias.
Y aquí es donde siempre me detengo.
Ese era el médico, el presidente. Pero, ¿y los entrenadores?
Seguramente a muchas gimnastas, como a mí, nos haya removido no solo por los escalofriantes hechos, también porque nos hemos podido sentir identificados con algo del documental más allá de la disciplina, el esfuerzo, la edad temprana con la que comenzamos en la gimnasia y los muchos sacrificios que uno tiene que hacer por dedicarse exclusivamente a su deporte. Recuerdo lo importante que era para mí que mi entrenador estuviera contento con mi trabajo. Por encima del resultado, necesitaba que me dijera “bien”. Es un deporte de muchísima exigencia. Las gimnastas tendemos a tener una necesidad de aprobación por parte del entrenador porque son el medidor de nuestra evolución. “Si lo dice el entrenador es que será cierto”. Es un deporte donde hay que mejorar muchos detalles; tantos, que a menudo el estímulo que reciben a diario es que no es suficiente y a veces se pasa por alto lo que sí se hace bien.
Miro hacia atrás y analizo las veces, que no fueron pocas, que me salió mal la competición y recuerdo la reacción de mis entrenadores. Y es cuando respiro. Es ahí donde radica si, como gimnasta, estás en manos de un buen o mal entrenador. Al igual que los entrenadores pueden identificar si tienen gimnastas comprometidas o no. Pero este es otro debate, en el que tendríamos que exponer la posible presión a la que es sometido un entrenador al tener que trabajar con un deportista que, por su talento o resultados u otros motivos de índole extradeportiva, interesa más que el calvario que puede sufrir el técnico aguantando sus faltas de respeto y mal comportamiento. En definitiva, todo depende de quién tiene el poder y cómo hace uso de él.
El fallo en competición no puede llevar a un entrenador a entrar en una batería de insultos o de vejaciones. A veces, incluso, en presencia de más compañeras, para luego arreglarlo con un súper abrazo cuando consigue hacerlo bien. Esos deportistas acaban normalizando esa actitud y comportamiento del entrenador.
En su día ya me pronuncié sobre este tema tras ver el documental “Over the limit”, tras ver la respuesta que tuvo alguna persona relacionada con la gimnasia, haciendo ver que aquella era la manera de alcanzar el éxito. El éxito y la destrucción de la persona, claro. Aquí, en España, no. No debe ser la forma, ni en nuestro país ni en ninguna parte del mundo.
El abuso al deportista puede manifestarse de muchas maneras, no exclusivamente sexual. Probablemente, si eres padre o madre y estás leyendo esto, la relación de entrenador-deportista de vuestro hijo o hija sea la adecuada. Yo misma lo veo gracias a mi cercanía con muchos de ellos y es precioso ver cómo no descuidan el equilibrio que debe existir entre el cariño y la exigencia en detrimento de un agotamiento por parte de los técnicos. Por eso es importante que si no sentís que es así, no tiene ningún sentido ver a tu hijo o hija en lo alto del podio si luego va a pasarse gran parte de su vida sumergido en el pozo del síndrome de Estocolmo. Y lo que es peor, va a llevarle años aceptar ese pasado para poder convivir con él, una vez consiga darse cuenta de esa falsa idealización que hizo del entrenador.
Me gusta pensar que el Estado invierte dinero en deporte, no solo para engrosar el medallero nacional, sino también para que se construyan unos cimientos sólidos en las personas a través de los valores que se aprenden con la práctica deportiva. Pero no tiene ningún sentido si no existe un control de que los valores con los que crecen esas personitas sean los adecuados o los que deberían ser. Aquí, en este punto, somos responsables todos; o bien por mirar a otro lado, o bien por miedo a perder el trabajo, o bien porque no nos sentimos capacitados para afrontarlo. Fue público en su día mi enfrentamiento con mi federación. Os puedo asegurar que fueron emocionalmente los peores años de mi carrera deportiva, y no, no destrozaron mi trabajo, pero aun sigo mimando las secuelas de aquellos ocho años. Y no fui la única afectada por aquel comportamiento.
Deportistas: el miedo, la sumisión, la amenaza y la prohibición de ser libres en vuestros pensamientos hacen que algunos puedan llegar a tener el poder sobre vosotros y os lleven a aceptar como normal lo que no debería serlo, produciendo mucho vértigo a la hora de enfrentarte a una estructura, a un entrenador, o a unos padres, que también los hay.
Cuando te das cuenta de que algo no encaja te asaltan las dudas de que puedas seguir entrenando y rindiendo mientras intentas gestionar lo que está ocurriéndote. También eres consciente de que hablarlo puede ser motivo de expulsión, que luego tratarían de justificar de alguna forma, o de que te aparten de lo que amas. Se antojaría imposible gestionar todo el movimiento externo saboteador que podrías llegar a tener encima con los duros entrenamientos. Así que ante semejante montaña podrías llegar a preferir no intentarlo y no señalar que algo no va bien.
Soy consciente del cariño y la exigencia con la que trabajan en muchos gimnasios pero estoy convencida de que existe un pequeño porcentaje, mínimo pero suficiente, que puede destrozar el crecimiento personal de esos jóvenes en un periodo donde son vulnerables.
Si necesitas ir a un psicólogo para gestionar mejor algunas emociones que te están impidiendo rendir de manera óptima y sentirte bien y tu entrenador lo prohíbe, cuestiónalo.
Si tu entrenador te prohíbe hablar con otros gimnastas de otros clubs cuando te caen bien y te gusta hablar con ellos, cuestiónalo.
Ya no os quiero contar si vuestro entrenador os prohíbe beber agua, o no comer o cenar. Cuestiónalo.
Si tras un fallo en competición tu entrenador te dice que haces el ridículo, cuestiónalo.
Crees que tu entrenador tiene motivos para enfadarse por tu fallo y consideras que cualquier actitud destructiva en esos momentos es normal. ¡Pues no! Cuestiónalo. Ante el error debe existir una reflexión, un análisis y también un refuerzo.
Gimnastas: hablar no cambia lo sucedido pero sí el modo en el que os afecta.
Escribo estas líneas porque creo que puede ayudar a sentirse más comprendido a aquel que está en ese círculo del cual piensa que es imposible salir. Mi temor es que sean tan jóvenes que no sean capaces de ver el alcance del problema y no sea hasta pasados muchos años cuando vean que el trato que recibieron no fue el adecuado.
Solo tenéis que ver el movimiento de las gimnastas americanas y británicas, arropadas por la prensa y profesionales. Cómo, juntas, intentan curarse y rehacer sus vidas.
Unidos tenemos que señalar lo que es destructivo. Quizás pensamos que no tenemos mucha fuerza pero los cambios suceden de dos maneras: cuando pocas personas con poder lo deciden o cuando muchas personas con poco poder lo desean.
Quizás lo segundo lleve a lo primero.

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Como recompensa para todas y todos los deportistas que han sabido llevar de forma ejemplar la cuarentena.