“After” Logroño por Almudena Cid.

07 julio 2017 | Almudena, Gymnostalgia

“After” Logroño por  Almudena Cid.

¿Cuántos pies pisaron el tapiz?, ¿cuántas ilusiones?, ¿cuántos sustos?, ¿cuántos dientes apretados aguantando el dolor?, ¿cuántas gimnastas seguras?, ¿cuántas dudosas?…
Me pasaría horas haciéndome preguntas pero encuentro rápido no una respuesta, sino una sensación que me invade de inmediato si por un instante las observo sin juzgar su calidad como gimnastas y me centro en ellas poniéndome en su lugar.

Ahora no viajo sola a las competiciones, lo hago junto a Olympia y es poco el tiempo que tengo para observar cómo marcha el deporte que me hizo ser quién soy.

Escucho la música de “La La Land” en un conjunto y se me eriza la piel viendo a las gimnastas interpretarla. Quien vio la película sabe que habla de cómo un NO puede cambiarlo todo o, al menos, la expectativa con las que partías.

– No vales

– No puedes

– No quieres

– No sabes

– No es suficiente

– No has terminado

– No llegas

– No

– No

– No…

Estos “noes” que les pueden anular también los pueden aprovechar como un trampolín para no cesar en la búsqueda de sus sueños.

Miro al tapiz y, como si fuera un espejismo, veo el esfuerzo de entrenadores, profesores de ballet e incluso a los padres que encuentro detrás de mi cabeza girándola 180 grados. Aguanto la mirada, rezando que no me entre una contractura desde el omoplato mientras veo en ellos el esfuerzo económico, los nervios, y las camisetas con letras fosfóritas para que cuando sus hijas terminen su actuación les vean.

También sus gritos, trompetas y tambores que usan para desahogar la incertidumbre que sus hijas no tienen, porque ellas sienten como están. Padres que cambian el estadio de fútbol por un pabellón con la música a tope que les deja la sensación de un “after” al volver a casa pero sin resaca y sin dolor de cabeza, o sí.

También mamás orgullosas viendo lucir ese maillot que idearon llenos de Swarovskis que tanto costaron pegar, seguro que con cervicalgia incluida.

Por ese trece por trece han pasado todo tipo de ejercicios este fin de semana, tantos como emociones. Algunos padres encontraban en mi agenda el regalo consuelo a un mal ejercicio o un premio al trabajo bien hecho.

Y esta sensación contradictoria es la que me lleva a pensar en que a veces me siento como si fuera un espacio donde gimnastas, padres, hermanos, entrenadores y abuelos necesitan descargar lo que sienten.

Celebran conmigo el triunfo o la derrota por no haber sacado el trabajo. Me piden unos padres unas palabras de aliento para sus hijas pero, al instante, otros unas de felicitación.

Pienso en esa gimnasta que llega con los ojos llorosos del disgusto y le digo mientras le abrazo que yo pasé por lo mismo, al tiempo que me alegro de la experiencia desagradable por la que pasa porque, sí, es esa experiencia la que le hace conectar con ella de forma directa, sin filtros. Una sensación que multiplica por mucho la experiencia que volverá a sentir dentro de unos años cuando cuelgue sus punteras y trabaje en eso por lo que ha luchado. Porque lo que viven como gimnastas lo vivirán como adultas, y ¿qué mejor que saber de qué va la vida?

A esa abuelita que sufría viendo a su nieta triste, le haría saber que al día siguiente volverá a ese gimnasio que tanta competencia le dio todo el año, volverá a su templo y recuperará su sonrisa. También el sudor, ¿cómo no?. Porque siempre será su decisión, una decisión propia de una niña adulta que una vez más os deja con la boca abierta por su empeño en superarse. Eso también es hacer músculo.
A las que llegan sigilosas y disfrutando de su triunfo en silencio, contándomelo al oído para no dañar a ninguna niña de alrededor, solo puedo decirles que disfruten las horas (o el día y medio), porque volverán al gimnasio y volverá la exigencia.

No os dais cuenta pero desde mi horizonte os veo crecer no sólo como gimnastas sino también como personas.

Gracias a todas por mostrar vuestra valentía, vuestra creatividad, vuestro estilo personal.

Que el podium lo ocupen tres gimnastas o equipos no significa que no sea un éxito pisar ese tapiz y tratar de enseñar vuestra esencia.

Eso que os hace especial y únicas.

Porque al final la competición es una excusa para enseñar vuestro arte.

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